Era una situación extraña, aquel día, el bien y el mal se encontraron en la tierra. Siempre, por alguna razón en la vida de los hombres, primero aparecía uno y luego hacía sus cosas el otro. Para arreglarlas o para empeorarlas.
La culpa era del eclipse. Los diarios habían anunciado que los mortales iban a presenciar un día diferente, ese 6 de junio.
Lucios que estaba en la avenida, cuando miro a Bela, salir de una nube, sintió en su cuerpo, más fuego que el corriente, y trato en vano distraerse. En la calle, él hacía llorar a unos niños, quitándoles sus juguetes.
Bela con su cara angelical y sus alas púrpura, paso cerca de él, impasible.
Ambos, tenían misiones distintas, imposibles de romper, porque sus jefes no eran los mismos. Aunque la leyenda decía que en un tiempo lejano, habían sido muy amigos, y que se los había visto tomando mate por los barrios.
Lucios se regocijaba en las sombras, y ella en cambio, irradiaba más que luz en su andar.
Él se entretenía mientras miraba como sus hermanos buscaban animales para torturar, ella en cambio, creía en la bondad de las personas y daba segundas oportunidades. Bela, se acercaba a la gente necesitada, las consolaba y les brindaba amor.
En ese día tan largo, nuevamente volvieron a encontrarse, en un puente, intentaron no mirarse, pero se vieron. Bela le quiso decir unas palabras, sus alas se estremecieron y Lucios nervioso decapitó una muñeca con los dedos.
Con el paso del tiempo, entre las montañas, el eclipse se iba escondiendo, Bela antes de irse, miro a Lucios, sabía que nada podía unirlos, pero ella creía en la esperanza, en el sí, en los arrepentimientos, le dijo que la buscara en el próximo eclipse, entre la gente abandonada.
Lucios no entendía como se había atrevido a hablarle, quiso castigarla, darle una mirada maligna, llenarle de fuego las alas, pero solo se ahogo con un mechón de pelo de una Barbie robada y le dijo bueno.