El televisor
Difícil escribir a media luz, pensó Rigoberto y se sintió perdido. No quería esperar más. La televisión apagada, se convertía en una imagen dolorosa, mientras retenía una de sus lágrimas con el dedo. Había pasado todo el día al lado del aparato, creyendo en el milagro, de que si lo miraba más fijo que antes, quizás, se prendería. Sin embargo, todo era en vano. La única compañía que tenía a su lado, eran dos velas que le brindaban una luz tenue, incómoda, pegajosa e hiriente.
Acostumbrado al ruido de la tele, fue a verse al espejo; pero sólo encontraba una imagen oscura, desdibujada y sin vida.
No sabía como hacer para que la luz volviera.
Afuera, la noche estrellada, podía contemplarse más que otras noches; pero él quería las luces de su hogar, aquellas que lo hacían sentirse seguro y acompañado.
El silencio, se había convertido en un amigo demasiado callado para su gusto. Intentó abrazar el televisor, lloró y blasfemó.
Pero el aparato seguía indiferente, inmutable y por sobre todas las cosas, apagado.
Dio varias vueltas en la casa, se sentó, se acostó y volvió a levantarse. Quedaba poca cera en las velas y acostumbrado a la luz, no tenía como reponerlas. Con los ojos ya desorbitados, con la locura gritando en todo su cuerpo; miró con furia al televisor, no quería irse sin la imagen de su verdugo.
Cuando sus párpados comenzaban a ceder, observo a lo lejos, una luz incandescente que abrazaba su cuerpo e intentaba en vano, rescatarlo. Mientras tanto, la luz de las velas, terminaba de apagarse.