La mansión en la que vivían, era por obra de tu padre. Mucho tiempo, los albañiles habían moldeado tu casa. Él había sido un militar distinguido que dio su vida por la patria. Sus ideales, eran inquebrantables, nunca perdió la fe, aun cuando todos sus soldados ya no lo seguían a su lado. Cuando llego la noticia, de su deceso, todo el barrio se consterno. A tu madre solo la ví llorar ese día, y luego ella se convirtió en el sostén de la familia. Vos eras, la más chica de tus cuatro hermanas.
La mansión, tenia un jardín inmenso que estaba lleno de plantas y escondites, que juntos habíamos armado. Nos servia en los días lluviosos, los días en que nos aplastaba el aburrimiento, o los más tristes, cuando no queríamos asomarnos a la realidad de los retos. El día que nos presentaron, te ví y salí corriendo. Me escondí en la pollera de mi mama y te miraba de reojo, mientras hacías unos ñoquis con la cocina juliana.
Pero desde ese día, no deje de ir a tu casa, y nos hicimos muy amigos. Todas las tardes las pasábamos juntos. Mi mama era la encargada de la cocina en tu gran casa. Y yo iba a acompañarla, aunque en realidad, siempre iba a verte.
El día que apareció Josefo, todos mis sueños se derrumbaron. Y un sentimiento parecido al odio, invadió mi cuerpo. Era un chico de una mirada falsa y siempre andaba limpiándose con un pañuelo tejido al crochet. Era el único de todo el barrio, que nunca me había caído bien. Fue desde el episodio en que Pupo, el perro de Marito, había sido atropellado por un auto, y él había sido el único, entre todos los que nos acercamos a darle el pésame al gordo, que se había despanzurrado de risa por lo ocurrido.
Y ahora, te miraba de una manera extraña, te presumía todo el tiempo y hablaba de comida, cuando nunca había tocado ni un huevo.
Debido a las circunstancias, y a mi rival nefasto, decidí tomar la iniciativa. Hoy iba a decírtelo. Fui a mi casita, rompí el chanchito y me alcanzo para dos flores y un alfajor. Me puse mucho perfume y encare para la mansión. A pesar de que las moscas me seguían y estaba todo pegoteado, toque el timbre tembloroso y espere. Me abrió tu mama, y te ví de lejos, en los sillones floreados, estabas con él, jugando a la mama y al papa, con todas tus muñecas a su alrededor, “eran una gran familia”, pensé. Le dije a tu mama que me sentía mal y me fui.
Mientras caminaba por la vereda, comiendo el alfajor, reflexione que, era muy chico para pensar en una pareja, no sabia que era la fidelidad y ser padre de familia, me asustaba un poco. Le lleve las flores a Marito, porque conocía los nombres de todas, y cuando fuera grande, me había dicho que quería cuidar los jardines y tener las manos siempre con tierra.
Le conté lo que me había pasado, me miro asombrado, como si no entendiera de lo que le hablaba. Me dio un abrazo para que se me pasara y nos fuimos a jugar un rato, olvidándonos del asunto.